Durante una determinada época de mi vida creí que acumular folletos de exposiciones, hojas de sala, tarjetones e incluso algunos catálogos me serviría en un futuro o harían de mi una persona mejor y más cultivada. Pensaba que toda esa información me sería de gran utilidad e incluso trabajé en un sistema para archivarla. Con la llegada de la crisis todo este uso del buen papel disminuyó hasta límites alarmantes, casi quedaron única y exclusivamente las hojas de sala. Las invitaciones llegaban por email, los catálogos mermaron en cantidad y contenido y así la industria expositiva galerística de nuestro país, al menos, dejó de destruir selvas enteras en el Amazonas para comunicar sus actividades.
Parte de la industria gráfica se fue a la mierda. Obviamente no sólo por las galerías, pero sí por la destrucción masiva por parte del estado del tejido cultural. Huelga decir que muchos de estos antiguos talleres gráficos están siendo ocupados actualmente por artistas, que imagino cuando vuelvan las vacas gordas, si es que las hubo alguna vez, volverán a exigir lustrosas resmas de papel para mostrar sus últimos trabajos.